martes, 11 de septiembre de 2007

El mágico peine del viento




Caminando por el casco viejo, hacia la Mari Kalea, vía el muelle, aparece la plaza Miguel Muñua, aquel que les enseñaba a los niños Euskera, hasta que Francisco apareció. A la derecha el monte Urgull, el paseo del muelle, la tía Paparda y al fondo el acuario. De ahí cruzar a la izquierda, y dejar a mano derecha todas la Txalupas pintadas de vivos verdes, rojos y blancos, amarradas una a la otra como hermanos. Caminar por el paseo de La Concha, deleitarse con la famosa barandilla, la ancha playa, las gaviotas y la Isla de Santa Clara. Pasar por enfrente de La Perla, y recordar aquellas carpas, blancas y azules que aitona alquilaba. Llegar a la playa de Ondarreta, por el mismo paseo, y a los pies del Monte Igeldo con su funicular y su parque de atracciones de madera, sentir que pisas las piedras escalonadas y talladas de la Plaza del Tenis entrando al Peine del Viento.

La obra preferida de Eduardo, Chillida, la que le costó algunos disgustos con el entorno, la que nació con aires de libertad. 3 gigantescas piezas de acero, de aquel acero que siempre forjo a martillo y fuego, y que aferradas a la roca del Igeldo y rodeados del mar, crean un espacio mágico en donde el viento se deja peinar.

Por suerte he podido estar cuatro veces rodeado de esa magia, magia que cumple 30 años. Magia que intente reflejar en las imágenes que les dejo.

El cielo está llorando


(luego de salir de unos cuantos incendios laborales, y a petición del público - en estos momentos tienen que estar sonando aplausos mecánicos - , retomo el blog con algunas cositas que tenia pendiente.)

Corriendo de acá para allá y de allá para acá, el pequeño Steven se rompe un hueso, de la pierna, y por ende directo a la cama. Para que pasara su aburrimiento, al hermano mayor se le ocurre regalarle una guitarra de juguete. Comienza la leyenda, comienza su Blues.Decidido a comprarse su primer disco, corre de nuevo, sin esta vez romperse nada, pero lo pone tantas veces, pero tantas veces continuas en el tocadiscos de su padre que este se lo rompe.

Pasa el tiempo, pasan los bares donde tocar, y Steven se convierte en Stevie, llegando a emular a Santana, cuando sin haber sacado un solo discos toca en un festival importante, esta vez en el Festival Internacional de Jazz de Montreaux en Suiza.

Stevie se convierte, siendo blanco, en el guitarrista de blues más importante de esos tiempos, y quizás de todos, nominado a los grammy’s y llevándoselos a su casa.

Pero tras la muerte de su padre, aquel que lo llevaba de la mano a ver conciertos de Fats Domino y Jimmy Reed, cae en depresión, en litros del Whisky más añejo y gramos de más, que le producen una ulcera estomacal. Se rehabilita abrazado de su eterna guitarra, la de siempre, la que compro usada en el 74, la llamada “Number One”, y abstemio por completo retoma los escenarios con el “Live Alive”. Todo un grito que significa mucho.

Pero en un gira por Chicago, por aquel Chicago blusero, junto a sus amigos Robert Cray, Eric Clapton y Buddy Guy, después de tocar su famosa versión de Elmore James,
The Sky Is Crying, el helicóptero que lo transportaba se estrello a penas alzar el vuelo, y el pequeño Steven murió.

La historia hubiera sido más trágica para el mundo de la guitarra y del blues, si sus amigos como estaba planeado, lo hubieran acompañado en aquel viaje.